Rubí no pudo evitar culpar en parte a Marcus. Después de todo, fue él quien, por iniciativa propia, envió a Anna a la residencia Gibson. Aunque sabía que no era del todo justo, arremetió contra él.
—¡Todo esto es tu culpa! No quiero que vuelvas a tener ningún contacto con mi familia —espetó, molesta—. Y no necesito que me defiendas. Si sigues metiéndote donde no te llaman, yo... ¡yo...!
—¿Tú qué? —Marcus arqueó una ceja, divertido. Su tono era relajado, incluso encantado—. Vas a morderme, ¿eh?
Rubí fingió una expresión fiera, alzando las manos como si fueran garras.
—¡Exacto! ¡Te morderé! No me importa si eres el hombre más rico de la ciudad. ¡No te tengo miedo!
Si no fuera por su fortuna, pensó, lo único que destacaría de Marcus sería lo entrometido que era.
—Lo espero con ansias —respondió él, con una carcajada suave. Su mirada se suavizó, como si viera algo en ella que lo desarmaba.
—Tú... bah, da igual. Vámonos —gruñó Rubí, mientras subía al coche con el ceño fruncido. Marcus, aún