Rubí ya había guardado sus cosas en la mochila escolar. Marcus la tomó y dijo con naturalidad:
—Vamos. Anna mencionó que el tiempo para pedir comida ya terminó, así que te llevaré a un restaurante de carnes.
Rubí lo miró con entusiasmo.
—¿Un asador? ¿En serio?
Marcus asintió con una sonrisa leve.
—Por supuesto. ¿Cómo podría mentirte sobre algo así? ¿No tienes hambre?
—Está bien —respondió Rubí, asintiendo felizmente.
Luego tomó la iniciativa de entrelazar sus dedos con los de Marcus y dijo en tono dulce:
—Esposo, eres tan bueno conmigo.
Su voz era suave y deliberadamente melosa, como si intentara persuadirlo. Al oírla, Marcus no pudo evitar que algo en su interior se ablandara. Le sonrió y, con ternura, le rascó la punta de la nariz.
—Es bueno que lo sepas —dijo con cariño.
—¿Terminaste tu reunión? ¿Volverás más tarde para reanudarla? —preguntó Rubí con curiosidad.
Marcus negó con la cabeza.
—No, ya terminó. El asunto quedó resuelto.
—Oh, eso es bueno —dijo Rubí, aliviada. No hizo más