—Entonces, cuando regresemos, si alguien del círculo de la señorita Zoey pregunta por lo ocurrido, ¿qué diremos? —preguntó el guardaespaldas de piel bronceada, algo dudoso.
—Diremos que no sabemos nada —respondió el más delgado, encogiéndose de hombros—. Aunque la señorita Zoey se lleve bien con Su Alteza, siempre he sentido que tiene sus propios intereses en mente.
—¿Quieres morir? —lo interrumpió el otro, lanzándole una mirada severa—. No digas esas cosas. Ni de la señorita Zoey ni de Su Alteza. ¿Quieres perder la cabeza?
—Lo sé, lo sé. No volveré a decirlo —respondió el más delgado, levantando las manos en señal de rendición.
Gracias a la conversación con Rubí, cuando Leonardo regresó a casa, comenzó a entrenar con furia. Se involucró más en los asuntos familiares y atendía las reuniones con seriedad. Sin embargo, cuando Zoey le preguntó qué había ocurrido, él solo respondió que Rubí era demasiado atrevida y que no tenía ganas de discutir con ella. Se disculpó brevemente, pero no e