Su expresión helada no se parecía en nada a la que había mostrado en la escuela hace un rato. Por un instante, Leonardo sintió cierto nerviosismo.
—¿Tú… no chocaste el auto, verdad? —dijo él.
—Sí, pero fue por suerte. No voy a jugar contigo. Su Alteza, será mejor que me diga qué busca y que no se ponga a pedir que deje a Marcus. Los dos nos amamos. Y en cuanto a su hermana… Marcus nunca estuvo de acuerdo con ese matrimonio. —Rubí habló con frialdad—. Si Su Alteza no tiene intención de hacer nada, será mejor que se vaya a casa temprano. Dicen que no goza de buena salud; la señora Jensen estaría preocupada por usted. ¿Puede soportar que su madre sufra?
Al escucharla, Leonardo sintió que le daban una lección paternal y no entendía por qué. Molesto, replicó: —¿Quién te crees para hablarme así? Mi hermana ni siquiera me trata de esa forma, y parece que tú te atreves a sermonearme. ¡Impresionante!
La expresión de Rubí se enfrió: —Entonces, ¿qué quieres hacer?
—Te lo diré: aunque Marcus no q