La sonrisa de Sherry se volvió un poco más sincera, pues el cumplido de Rubí sonó genuino en lugar de superficial.
—Eso es bueno. Ven a menudo y te daré un descuento, además de porciones más grandes —dijo con amabilidad.
Rubí asintió alegremente y sonrió antes de comentar lo que llevaba tiempo pensando:
—Gracias. Eres tan amable… tu hija debe sentirse muy afortunada.
Apenas escuchó esas palabras, Sherry se quedó inmóvil. La sonrisa en su rostro se endureció un instante, y luego, con una expresión sombría, respondió:
—Sigue comiendo, voy a saludar a otros clientes.
Dicho esto, se levantó y comenzó a recorrer las mesas, saludando a los comensales con cortesía. Rubí, con la cabeza gacha, sintió un nudo de confusión en su pecho.
¿Por qué se veía tan triste cuando mencioné a su hija? ¿Habrá realmente una historia detrás?
Tras atender a algunos clientes, Sherry se dirigió a la cocina para supervisar, como si quisiera ocultar su repentino malestar.
En ese momento, una anciana en la mesa cont