Efectivamente, Dylan no soportó más la angustia en su habitación. Tras dudar unos instantes, guardó en su mochila algunas cosas, se puso una chaqueta gruesa, botas de nieve, guantes y bufanda, y salió sigilosamente por la puerta trasera.
Amelia lo vio atravesar el patio, pero se obligó a guardar silencio. Si lo detenía, su hermano permanecería en prisión para siempre, y sus padres jamás se lo perdonarían.
Dos minutos después de que Dylan desapareciera entre la nieve, Amelia bajó a informar a Melisa. Ella asintió con calma.
—Ya veo. No te preocupes, la nieve en el camino ya fue despejada; si no logra encontrarla, regresará pronto. Rubí también debe de estar a punto de volver. Por cierto, ajusta la hora del despertador.Aunque incómoda, Amelia obedeció. Tras mover la manecilla del reloj, bajó a la cocina para fingir