Después de una pausa, Eva continuó:
—En realidad, siempre gozaste de buena salud desde que eras niña. Nunca estuviste hospitalizada y apenas te enfermabas de fiebre o resfriados. Por eso, tu padre y yo nunca supimos cuál era tu tipo de sangre. ¿Recuerdas que, antes del examen de ingreso a la universidad, tu escuela pidió un chequeo médico?
Rubí asintió.
—Lo recuerdo.
Eva suspiró.
—Fue en ese momento cuando descubrimos que tu tipo de sangre no coincidía con el de tu padre ni con el mío. Nos desconcertamos, pero no quisimos que lo supieras. Investigamos en secreto y encontramos a Tara, de la familia William. Resultó que ella había estado en la misma sala de partos, en la misma cama de hospital que yo. Después conseguimos un mechón de cabello de Marcia para una prueba y solo cuando confirmamos que era ella, supimos la verdad. —Eva la miró con expresión de disculpa—. Rubí, sé que esto es muy injusto para ti, pero nunca quisimos que las cosas fueran así.
Rubí negó suavemente con la cabeza.