Parte 2

Cuando la chica regresó su atención a la conversación esta ya estaba llegando a su fin. 

—Oh… creo que me ha caido todo el cansancio junto —anunció Erick con los ojos entrecerrados—. Siento que voy a desmayarme —alegó con un profundo bostezo. Su asistente lo miró extrañada, conocía la resistencia de su jefe, que podía pasarse semanas enteras durmiendo un par de horas para no dejar de trabajar. Asumió que el viaje había sido más pesado de lo que parecía y no le dio mayor importancia. 

—¡Heralio! ¡Lleva a nuestros invitados a su habitación! —gritó Deva en tono de orden, luego redujo el volumen para dirigirse a ellos—. Estoy segura que el trayecto ha sido agotador, será mejor que ahora descansen y mañana podremos hablar con mayor tranquilidad.

—Sí, creo que será lo mejor… —respondió Erick poniéndose de pie y su asistente hizo lo propio. El mayordomo ya los estaba esperando a los pies de la escalera—. Pido disculpas, es descortés irme a dormir sin haberme presentado con el señor Bastián… 

—No te preocupes, es entendible el cansancio… —respondió la señora de la casa antes de despedirlos cuando comenzaron a subir las escaleras. 

La joven ahora estaba inmersa en la zona que hace un momento solo recorrió con un vistazo. El vitral en medio de la escalera era mucho más grande y hermoso cuando lo vio a pocos centímetros, y las velas repartidas a lo largo del corredor/balcón desprendían un suave calorcito que causaba placer al pasar cerca, sobre todo luego de venir de afuera, donde la tormenta aún arremetía contra el mundo.

Tras dejar algunas habitaciones detrás Nila se volteó disimuladamente en la puerta donde se había escabullido el misterioso muchacho. No estaba cerrada del todo, solo había una pequeña abertura, aunque fue suficiente para echar un rápido vistazo al interior. No es que pudiera ver mucho, aunque alcanzó a reconocer un lienzo colocado en un atril donde había pintado algunas formas en distintos tonos de rojo. 

Al llegar al extremo del corredor doblaron en la esquina y continuaron hasta la mitad de ese nuevo pasillo, hasta una puerta de madera clara. Desde esa habitación salieron dos sirvientas con algunas mantas en las manos. “El cuarto está listo”, anunció una de ellas y con una pequeña reverencia hacia los invitados se alejaron.

—Por favor, pasen por aquí —dijo Heralio entrando al cuarto que abandonaron sus compañeras de trabajo. Era bastante amplio, supusieron que todos eran iguales dentro de la enorme vivienda. Había camas de sobra, siendo unas cinco en total. Un alto armario en uno de los costados y el ingreso al baño privado junto al mismo. En uno de los colchones reconocieron al chofer completamente dormido. Ninguno de los inversionistas recordaban su nombre, ya que fue contratado a última hora específicamente para ese viaje—. Pueden utilizar el baño y sentirse como si estuvieran en su casa. Si tienen hambre pueden ir a la cocina, siempre hay un criado dispuesto a preparar algo. La habitación de los señores es la del fondo a la derecha… —su semblante se oscureció un poco antes de continuar—. Les recomiendo evitarla durante la noche —aconsejó finalmente con seriedad. Tras ello se marchó con una media vuelta. 

—No parece estar acostumbrado a recibir las gracias… —comentó Nila. 

—Da igual, es su trabajo… —respondió su jefe con desgano y arrastró los pies hasta una de las camas libres y se dejó caer sobre la misma boca abajo, balbuceó algo con el rostro hundido en las mantas, por lo que fue inentendible. 

—Deberías darte una ducha primero… —aconsejó Nila al acercarse hasta los bolsos de mano que ya habían sido trasladados hasta el lugar. Abrió el suyo para conseguir unos sobres de shampoo y la ropa para dormir que simplemente consistía en un conjunto de ropa interior y un largo camisón morado que la cubría hasta los tobillos. En todo ese movimiento se sorprendió por la falta de respuesta por parte de Erick, se volteó con las cejas curvadas hacia abajo y replicó—. ¡Oye! ¡Te estoy hablando! —y entonces consiguió su respuesta, aunque no fue lo que esperaba. Unos fuertes ronquidos llegaron hasta sus orejas, incrementando el enojo de la chica—. Que tarado… —masculló—. No me pagas para esto… —le dijo a su jefe al acercarse hasta él para quitarle los zapatos junto a los calcetines. Luego hizo un gran esfuerzo para voltearlo, si no fuera por los ruidosos ronquidos podría haber pasado por muerto, aunque girarlo resultó ser lo más fácil, porque quitarle el cinturón para luego remover los pantalones no fue una tarea nada sencilla, mucho menos con alguien que no ponía ayuda de su parte. Hizo un poco más de trabajo con el saco, pero ya con la camisa decidió que sería demasiado. Tras cubrir al hombre con las mantas y doblar la ropa lo más perfectamente posible a un costado se dirigió directamente hasta el baño. 

La estadía dentro de la tina no fue nada fugaz. La contadora se tomó su buen tiempo sumergida en el agua caliente, disfrutando la sensación de sus pulmones al ser regenerados con el vapor que cubría todo el sitio. El espejo empañado solo mostró una figura borrosa de su desnudez y algunas gotas condensadas hicieron trayecto hasta abajo sobre ese cristal.

Salió con el cabello sin rastros de humedad gracias a su secador y cubierta con el camisón, dispuesta a dormir plácidamente. Una ojeada veloz sobre la pantalla de su smartphone le reveló que habían pasado las tres de la mañana.

El sonido de la lluvia sería un relajante perfecto para conciliar el sueño. O al menos eso es lo que creyó, pues los sonidos típicos de una casa añeja hicieron presencia de inmediato. No es que fueran realmente alarmantes, pero los crujidos de las maderas eran un poco incómodos, sobre todo por la frecuencia.

—Demasiado frecuentes… —susurró la chica para sí misma luego de un rato metida dentro de las sabanas. Volteó hacia los costados, sus dos compañeros de cuarto estaban completamente desmayados, era imposible que pudieran oír el sonido que ella había identificado. Además la lluvia, aunque desde allí dentro sonaba distante, opacaba bastante el mismo, sin mencionar que ya de por sí era muy poco audible. Sin embargo, la constancia del ruido despertó inevitablemente la atención de Nila, hasta el punto que toda su concentración optó por gastar energías allí, haciendo la tarea de dormir absolutamente imposible. 

Echó otro vistazo hacía sus compañeros solo para comprobar de nuevo que no podía contar con ellos. Vencida por la curiosidad se quitó las mantas de encima y apoyó las plantas de los pies sobre el helado suelo. Avanzó hasta la puerta y la abrió con mucha cautela, el pasillo estaba mucho menos iluminado que antes, los pocos focos de la casa se habían apagado en su totalidad, y de las velas solo quedaban menos de la mitad.

Quizás eso sería una ventaja para ella, aunque en su condición de inquilina le causó una suerte de temor. Al salir, había corrido con mucha suerte de que las bisagras nos hicieran ruido, por lo que no quiso arriesgarse y dejó la puerta del dormitorio abierta. De todas formas, a los otros dos no parecía importarles demasiado. 

Agudizó las orejas lo máximo posible y cerró los ojos como una acción innata para oír mejor, como si al cancelar ese sentido incrementara la eficacia de los demás. Y en cierta forma funcionó, pues solo tardó unos segundos en identificar la dirección del susodicho sonido.

Giró lentamente la cabeza sobre su hombro, ante ella se desplegó la visión del largo corredor a oscuras, con el entorno solo identificable por tenues luces danzantes. Aquello quería decir que los habitantes o estaban dormidos, o prescindían de iluminación para moverse. 

La fuente de sonido parecía provenir desde el fondo. Los arcos de los pies se elevaron, para caminar de puntillas y amortiguar un poco el sonido de sus pasos. Además de andar con lentitud por el mismo motivo. Mientras más avanzaba más iba tomando forma el misterio sonoro.

Lo que antes parecían ligeros golpes en realidad era una especie de rechinar, además al acercarse casi al final del corredor, y a la fuente del enigma, aparecieron otros sonidos, que los primeros instantes fueron irreconocibles, pero no tardó en reconocerlos. Se trataban de jadeos y gemidos. Supo entender entonces que aquellos chirridos eran de una cama. 

La puerta de la última habitación estaba completamente abierta y no había dudas de que allí era el origen de todo el alboroto. Nila se asomó ligeramente por el borde y se encontró directamente con una escena privada de los dueños de la casa. Aunque de privada tenía poco al dejar la entrada despejada completamente.

Las piernas de la intrusa temblaron con ligereza y su primera reacción fue apartarse, sin embargo, al reconocer que los dueños de casa ni siquiera se habían inmutado volvió a asomar un poco, solo la mitad del rostro, lo suficiente para espiar. La señora Deva estaba sentada sobre su esposo dando pequeñas embestidas sobre la parte erecta, sin dejarlo salir del todo de adentro.

Él la sostenía por la cintura para marcar el ritmo, los dos estaban completamente desnudos y sus cuerpos brillaban por algún tipo de líquido. Al hacer una inspección más minuciosa, la contadora descubrió algunas copas de vino derramadas sobre el colchón y entendió que era eso lo que llevaban untado.

Los esposos aumentaron el ritmo y Nila sintió una gota tibia cayendo por el interior de sus piernas hasta la altura de su rodilla. No pudo evitar moverse los labios y una de sus manos se movió automáticamente, desplazándose con lentitud sobre la tela que cubría su muslo. La escena provocó un fuerte calor en ella y estaba a punto de ceder al mismo cuando algo la interrumpió súbitamente. 

Un ligero toque sobre su hombro la hizo voltear con premura, sus ojos se abrieron ampliamente por la sorpresa y estuvo a punto de soltar un estruendoso grito, pero una mano firme presionó sobre su boca evitando que eso ocurra. Era el misterioso muchacho que había visto antes.

La luz tenue de las velas le otorgaron un contorno anaranjado mientras solo mostraban una mitad del rostro, fue en esta donde Nila reconoció la profundidad de su mirada. Y tal vez culpa de las hormonas despiertas, o quizás por la cercanía que no había estado en el primer encuentro, la chica quedó hipnotizada por aquellos ojos.

Él subió su índice hasta sus labios en un claro gesto de silencio. La chica asintió levemente y su expresión de sorpresa se aplacó un poco sin deshacerse del todo. Solo entonces el muchacho liberó la boca. 

—No debes estar aquí… —susurró él.

—Lo siento, yo no quería… es solo que… 

—Sígueme… —ambos se alejaron por el pasillo lentamente para no causar ruidos delatores—. Soy yo el que debe disculparse… —dijo él cuando la distancia fue prudente, aunque seguían susurrando—. Mis padres nunca cierran la puerta, y menos cuando tienen sexo. Es alguna clase de morbo que tienen. 

—¿Tú eres el hijo del señor y la señora Lestter?

—Sí, mi nombre es Asher Lestter —el muchacho ni siquiera la miraba, y parecía competir en seriedad con ella, pues en ningún momento mostró ni la más remota expresión. Su rostro en todo momento, desde el principio, estuvo inerte, si no fuera por esa profundidad que ella había divisado en las pupilas, cualquiera hubiera dicho que ese joven carecía de alma. 

—El mío es Nila Amery… 

—Ajá… —respondió de forma indiferente el otro y se detuvo en la habitación de huéspedes—. Aquí está tu cuarto… —afirmó antes de darse media vuelta dispuesto a marcharse, aunque fue la chica quien impidió eso.

—Espera… —susurró de manera fuerte—. Tengo un poco de hambre, ¿Puedes indicarme dónde está la cocina?

—Abajo a la izquierda —ni siquiera se volteó a mirarla, y finalmente se marchó, perdiéndose en las penumbras de la casa. 

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