66. UN RESPIRO
[SOFÍA]
El calor seco de Nevada nos golpea apenas bajamos del auto que nos trae desde el aeropuerto. Aun con las gafas de sol puestas, siento los flashes clavarse en mi piel como agujas, los gritos de los periodistas, los rumores que corren entre los turistas curiosos que reconocen a Francesco al instante.
Pero apenas cruzamos la puerta giratoria del hotel, el mundo cambia. El ruido se amortigua, el aire fresco del lobby nos envuelve, y por primera vez desde que dejamos Milán siento que puedo respirar.
Subimos en silencio en el ascensor, rodeados de espejos que multiplican nuestras imágenes como si fueran otras versiones de nosotros: la pareja perfecta que todos esperan ver. Francesco me aprieta la mano, y ese pequeño gesto me recuerda que debajo de todo eso seguimos siendo nosotros.
Cuando la puerta de la suite se abre, el silencio nos recibe como un refugio. Las cortinas gruesas filtran el sol abrasador de la tarde, y la ciudad queda reducida a un murmullo lejano de casinos y autos