ISABELLE
El trayecto hasta su casa fue silencioso y más duro de lo que pensaba.
Por suerte, yo sabía conducir, aunque no muy bien.
Nunca se me había dado bien conducir.
Él ya se había quedado dormido en el asiento del copiloto y lo único que oía era su respiración débil y superficial.
Cuando por fin llegamos a su mansión, no pude evitar mirarlo. Tenía los ojos entrecerrados y la cabeza apoyada en el asiento que había echado hacia atrás para poder recostarse cómodamente.
«Jake», dije en voz baja, mientras su nombre salía de mi boca inconscientemente, mientras le tocaba el brazo.
«Ya hemos llegado».
Él gruñó, buscando a tientas su teléfono mientras escribía un código en él y me lo enseñaba.
«Oh, el código de acceso... Muy bien», dije mientras le ayudaba a salir.
«¿Era esta su forma de decirme que era bienvenida en cualquier momento?», pensé mientras pulsaba el código.
Entramos en la casa y, a diferencia de la última vez, pude verla bien. Estaba un poco oscura, con una estética negra.