Cuando Jenna y David salieron del consultorio, lo hicieron en silencio, preocupados y con la mente llena de pensamientos oscuros y catastróficos. Tras escuchar al médico, el miedo se había apoderado de ellos.
Sin decir nada, ambos se encaminaron hacia la sala de espera, donde Rachel y Joseph se encontraban esperándolos con los rostros llenos de preocupación.
Sin embargo, antes de acercarse a ellos, David se detuvo en seco y tomó a Jenna por el brazo, para, a continuación, mientras la miraba fijamente, romper el silencio.
—Jenna, sé que no quieres saber nada conmigo… —comenzó a decir, antes de tragar saliva.
La mujer lo miró fijamente y se deshizo de su agarre, volteándose hacia él y cruzándose de brazos.
—Me alegra mucho que lo tengas claro —dijo con sarcasmo, alzando la barbilla.
—A ver, por favor, Jenna, tenemos que hablar —insistió David y suspiró.
—Bien, habla. —Jenna le sostuvo la mirada, sabiendo que no podía evitar esa conversación.
—Esto…, ¿podríamos hablar en un lugar más pri