La luz de la mañana se filtró por las cortinas, iluminando sus cuerpos desnudos, sobre las sábanas arrugadas.
Jazmín estaba acurrucada contra su pecho, con una de sus manos descansando sobre el corazón de Ethan. Él la miraba en silencio, dibujando con la yema de los dedos el contorno de su hombro, la curva suave de su espalda, grabando en su memoria la sensación de tenerla así, tan cerca, tan suya.
—Buenos días… —susurró ella, con la voz aún adormilada.
—Buenos días —respondió él, sonriendo.
Ella lo miró por un instante y Ethan inclinó la cabeza, le dio un beso en la frente. Se quedaron así unos minutos más, en silencio, sintiendo la paz que aquel momento que les brindaba. Hasta que él, con evidente desgano, se incorporó.
—Tengo que irme a trabajar —dijo, sentándose al borde de la cama.
—No quiero que te vayas —susurró ella tomándolo del brazo.
—Créeme que no hay nada que quisiera más que quedarme dentro de ti —murmuró él exhalando un suspiro.
Ethan se levantó de la cama,