Lucía Reyes no cree en el amor, las relaciones, ni en los hombres. Pero todo cambiará drásticamente cuando por obra del destino salvé la vida de precisamente un hombre como el que nunca ha conocido. Misterioso, atractivo, millonario y lejos de su alcance, así es Leandro Brown para ella. ¿Una enfermera con un empresario como Leandro? Tal historia de amor es imposible en su cabeza, por lo que se consuela en amarlo en silencio mientras es su cuidadora principal durante la recuperación del accidente que tuvo. Sin embargo, vivir con él y resistírsele no será una tarea sencilla para Lucía. Tampoco lo será hacerlo en una mansión embrujada y llena de fantasmas del pasado.
Ler maisLas risas estruendosas y el aroma a café colman nuestra estación de enfermería. Es una noche tranquila en el hospital, tranquila como ninguna otra de lo que va de año. Dicha descripción, es más un elogio que una especie de queja, ya que los últimos meses este centro médico ha rebasado sus capacidades, y sin importar cuántas guardias tomé el personal, no es suficiente.
Los cotilleos de mis compañeras sirven para distraerme del dolor de espalda que cargaba por estrés laboral. También a distraer mi mente de las aguas turbulentas en las que sentía me ahogaba noche a noche sin que nadie reparase en mis gritos pidiendo auxilio.
—Sacó el anillo y me propuso matrimonio en la boda de su hermana — dice Roberta ante nuestras expresiones asombradas — ¿Pudo ser más egocéntrico y egoísta? Mal novio y mal hermano.
—Conociendo a mi ex, sí. Pero la vara es el infierno — ríe encantada con el chisme Teresa — ¿Qué le respondiste?
—Tuve que aceptar por la presión social. Después destruí su corazón y ego — más risas del resto — ¿Cuál ha sido tu peor rompimiento Lucía?
La pregunta dirigida a mi persona sirve para transportarme a un momento desagradable y vergonzoso. Uno que había ocurrido hace poco, y que me convertiría en el hazmerreír de mi trabajo. Fui una ingenua, fui una estúpida al creer en sus palabras de amor. Yo no era digna de amor, ni de respeto según él.
Doy un sorbo a mi taza para distraerme de las miradas curiosas en mí.
—No tengo historias interesantes que contar como ustedes… — respondo decaída.
La mayoría me recibe con un gesto de compresión. Ese de empatía al saber que tiene que seguir doliéndome la última ruptura para ni poder hablar de ella sin llorar.
—Lucía, Teresa, a la cuarta planta de neumología. Paciente masculino, 80 años, descompensación de enfermedad pulmonar obstructiva crónica. A la espera de Romero — nos indica Jason entregándome su historia clínica.
Teresa y yo vamos a la ubicación dada para encontrarnos a un hombre de aspecto muy frágil reposando en la cama. La angustia es peor para la que asumo con facilidad es su esposa, una mujer tomándolo fuerte de su mano, tal cual como si hubiésemos venido a separarla de su marido. Sus piernas y labios tiemblan incesantes. Dándome la sensación absoluta de que, en esta habitación en lugar de un paciente, tendríamos a dos de ellos. Mi compañera y yo nos ponemos en acción. Ella se encarga de tomar las constantes vitales del hombre, yo de acercarme a la mujer.
—¿Qué le harán a mi esposo? ¿Él estará bien? — cuestiona con sus ojos asustados en mí — No me separarán de él.
—Nadie la va a separar de su esposo, estamos para atenderle señora Julia. Mi compañera lo está chequeando mientras el especialista viene en camino — trato de calmarla mirándole directamente.
Su ceño se alivia con el contacto visual que le doy.
—La última crisis creímos sería la última. Su doctor dijo que sería la última con su nuevo tratamiento … — ella no puede evitar que las lágrimas se desplacen por su rostro.
Esas que intenta limpiar desconsoladamente. Sobo su espalda con mi mano.
—Debes pensar que no sé hacer más que llorar… así de vieja y llorando…
—Está bien llorar. Estoy aquí para ti — la consuelo — ¿No tienen más familiares cerca? Contar con el apoyo de un hijo o nieto sería lo más propicio.
—Nuestros hijos viven en otra ciudad — responde con voz temblorosa.
—¿Cuántos tienen? ¿Cuáles son sus nombres?
—Martin y José. Tienen los nombres de sus abuelos — habla ella comenzando a distraerse.
—¿Por qué viven en ciudades diferentes? Con una madre así de encantadora … es un desperdicio — lucho por calmarla con una sonrisa.
La anciana me corresponde en una sonrisa decaída.
—Lo dices porque no me has visto molesta — bromea ella provocando que su cuerpo se vaya soltando.
Ello unido a la calma con la que Teresa trata con el señor, la tensión en el ambiente se va disipando. Hasta que entra Romero, el especialista. Este camina petulante y distante como él solo lo es. Pide información a Teresa sobre el paciente. Ella la da. No suena bien.
—El avance de su condición es inevitable — dice el doctor dirigiéndose a Teresa, después a mí — Remitiremos a cuidados paliativos al paciente. Lucia encárgate de…
Mi atención se divide en dos. Entre escuchar las instrucciones de Romero, y entre el desconcierto de Julia. El doctor no ha mirado al rostro a ninguno de los dos ancianos, es como si no estuviesen aquí.
—Doctor… ¿Qué son cuidados palia… palia qué? — pregunta alarmada la señora.
—Es la unidad encargada de quienes no responden a los tratamientos. Los enfermos terminales como su esposo — explica este con una frialdad insólita para seguido irse.
La calma que había logrado dar a Julia se desmorona en un instante. Está gimiendo en voz alta y aferrándose a mis brazos, rogándome que haga algo por su esposo. No puedo hacer nada por él, y lamentablemente por ella, lo único que puedo hacer es escuchar su llanto, intentar consolarle y comunicarme con sus hijos.
…..
Después de horas de lágrimas amargas de ese par de ancianos, tenía una certeza rotunda. La muerte era inevitable, pero la maldad humana, sí. En ella pienso al regresar a mi estación por más café antes de entregar esta guardia de 12 horas.
—¿Te pagan por ser consejera sentimental? ¿Qué hiciste tanto tiempo en esa habitación? — regaña inclemente Romero.
Mis ganas de gritarle lo insensible y frío que es son gigantes. Si no fuese por su falta de tacto, bien pudimos darle esta noticia al matrimonio de una mejor forma. Aun así, necesito tranquilizarme, él me tenía en sus manos. Por jerarquía laboral y por…
—La tensión de la señora se disparó, si no actuaba tendríamos un doble ingreso en esa habitación — termino respondiendo agotada.
—Deja de inmiscuirte sentimentalmente con los pacientes. No es tu trabajo — vuelve a regañarme.
Asiento evitando una pelea con este, y dejando la taza a un lado. Arreglo mi propia papelería para irme de aquí.
—¿Quién te vendrá a buscar? Puedo llevarte… — su cambio de tono a uno más dócil provoca una sonrisa de mofa en mi cabeza. Una que no exteriorizo.
—Puedo irme sola. No necesito compañía doctor — digo enfocada en el puesto.
—¿Continuas molesta conmigo? ¿Hasta cuándo lo harás? Madura Lucía…
Mis manos quedan congeladas y mis ojos luchan por no llenarse de lágrimas. Aquí estaba la respuesta a cuál fue mi peor rompimiento. Lo fue con el doctor Samuel Romero, el mismo hombre que me cortejó por meses desde su llegada a este hospital, y que cuando obtuvo lo que quiso, me enteré de la realidad.
La horrible realidad de que era casado.
Me había enamorado y acostado con un hombre que me mintió sobre su estado civil. Fue desgarrador enterarme de la verdad al leer un mensaje de su celular en aquel hotel. Cómo lo esperaba en casa su esposa junto con el hijo pequeño que tenían en común. Su posterior descaro fue más humillante. Pretendía que continuase siendo su amante, conociendo a la perfección las promesas de amor y estabilidad que me dio.
Juró que me amaba, juró que formalizaríamos lo nuestro, juró que podríamos irnos a vivir juntos pronto. Caí en su trampa como la estúpida mendigante de amor que soy.
Emprendo la huida en lugar de enfrentarle, era lo que hacía, huir de quienes me hacían daño. Tal vez merecía ese daño después de todo.
…..
La noche está fría y todas las calles que debía caminar para llegar a la estación de bus, después de tomar el metro, contribuirían a que me congelase como lo estaba haciendo. El hospital donde trabajaba quedaba casi al otro extremo de la ciudad de dónde vivía. El motivo no era muy original, había decidido mudarme lo más lejos posible de mi madre. O a quién me gusta llamar, mi enemiga favorita.
Tenía una relación complicada con mi progenitora, una en la que no quería pensar a estas temperaturas y con un guardia de 12 horas encima. Apresuro mi paso por la acera vacía por la avanzada hora de la madrugada.
Pero más que el frío siento como mi vida pasa a través de mis ojos. Una ráfaga de viento violenta va desde mi espalda a mi frente, el ruido es fuerte, la sensación espantosa. Un auto deportivo ha pasado ridículamente cerca de mi lado, y lo que veo a continuación no es mejor.
El auto corre tan descontrolado que termina chocando contra la fachada de una tienda. El vidrio de la vitrina se destroza y la calle se llena de pedazos de cristal. El golpe es tal que doy un brinco del susto que experimento y de la preocupación propia de ser la única testigo de la escena.
—¡Dios mío! — exclamó y miro a los lados angustiada.
Estoy sola en la calle. Ni autos o personas son visibles. Decido correr hasta la escena. Se ve mal, muy mal. Sacó mi celular para llamar al 911 mientras analizo lo que está pasando.
—¡Hubo un choque contra una vitrina en la calle 2 con Panamá!
—¿El conductor está lastimado? ¿Hay más pasajeros? ¿Cuál es su estado? — escucho del otro lado de la línea.
Exploro con cuidado en lo que queda de auto y compruebo que solo hay un hombre al volante. Este está inconsciente con la cabeza cubierta de sangre, y miles de trozos de cristal alrededor de su cuerpo, en su cabello dorado. El parabrisas había dejado de existir, tal cual el vidrio de la ventana.
—Un hombre, está inconsciente y con una hemorragia… — quedó anonadada al pisar sangre.
Hay sangre corriendo desde la parte baja de la puerta. Tanta que mis zapatillas blancas están pisándola en un charco que aumenta de tamaño.
—¿De dónde viene la sangre? — interrogo para mí misma.
—¿Cómo dice?
—¡Manden una ambulancia! — pido exaltada.
¡Se estaba muriendo! ¡Este hombre se estaba muriendo!
.....
Queridas lectoras. ¿Cuánto ha pasado? He vuelto con esta nueva historia, la continuación de La Esposa Fugitiva, que espero puedan apoyar añadiendo a sus bibliotecas y comentando en la sección general, también por acá. Miles de abrazos.
Narrado por Selena AguilarTras una épica pachanga, Lucía no había perdido el tiempo y estaba finalizando de ordenar una de sus maletas para su viaje de luna de miel. Un viaje que me dejaría a mí a cargo de varias asignaciones relacionadas con la administración de la mansión Brown. Algo que necesita recordármelo como por quinta vez esta mañana.—Cuida que el equipo de renovación siga los planos tal cual te los pasé. No quiero ideas innovadoras de último momento, o que quieran presupuestar otra etapa del proyecto fuera del acuerdo. Tenemos una gala para final del próximo mes, ya es suficiente — explica cerrando su maleta.Estamos en su habitación, ella ocupada con sus cosas, yo tirada en su cama porque ya estábamos en confianza. Lucía era un amor de anfitriona, tener a hijos de una edad similar nos había hecho crear un bond especial y aparte, había tanto espacio en esta condenada mansión que era como si viviésemos en dos casas diferentes muchas veces.En lo que llegué a esta propiedad,
Un año después No mentiré diciendo que no deseaba tener una bonita boda tradicional. La realidad es que yo sí ansiaba tener una linda celebración con Leandro. Una con toda la familia, algo de baile, retratada en muchas fotos para llenar varios portarretratos y enseñar hasta cansar a nuestros bebés al ir creciendo. Eso era lo que soñaba, no tanto esto. ¿Qué era esto? La gran, gran, grandísima boda que estoy viviendo al lado de Leandro. Esa en la que estoy encerrada en un entallado vestido de princesa, una obscenidad en joyas en el cuerpo y parada en el altar en una iglesia llena de espectadores. ¿Qué es lo peor de esta combinación? Me fascina, lo amo y lo estoy viviendo como si fuera mi última fantasía. Con Luke y Levi más interesados en destruir nuestra casa en lugar de solo mis pobres pechos en la lactancia, a mi esposo se le ocurrió la idea de que tuviésemos la celebración eclesiástica que no pudimos tener por su complicado contexto familiar. Pero con la salida de Misael del ju
Un pensamiento recurrente con el que he lidiado durante todo mi embarazo, ha sido sobre cómo mi cuerpo se comportaría durante mi cesárea. Y es que, si traer a un niño al mundo es complicado, traer dos en simultáneo tampoco puede quedar atrás.Tal vez sea porque me he preparado y capacitado con cualquier curso sobre maternidad que puedas imaginar, además de mi experiencia por mi trabajo, que no le hago caso a las preocupaciones ajenas. Preocupaciones ajenas que están ensordeciendo mis oídos sin disculpa.Hoy era el día en el que mis bebés comenzarían a ser seres independientes de su mamá, o lo más que pueda ser un ser humano en sus primeros años de vida. Mi cesárea estaba programada para hoy, tal cual se había previsto.Por ello, no coincido en el escándalo que hay a mis espaldas.—¡LAS TOALLITAS HÚMEDAS! ¿Dónde se metieron las toallitas húmedas? — eleva su voz corriendo de aquí a allá Suzy.—¿Qué toallitas húmedas ni qué toallitas húmedas? ¿Dónde está la bata emplumada que llevarás en
Narrado por Leandro Brown Si tuviese un dólar por cada vez que mi madre me había sacado de mis casillas, tendría una pequeña fortuna exclusivamente de esa fuente. Lo cual no era una certeza agradable, ni que me gustaría presumir. Aun así, aquí estoy, llegando a la guarida de los lobos para un enfrentamiento más. —¿Estás seguro que no quieres que me baje contigo? — cuestiona Sergio. Este había conducido por mí en el trayecto de mi hogar al de Misael. Tampoco había sido sencillo montarme en el auto dejando atrás a Lucía. Esta protestó sin descanso con que no viniese, pero ella no podía entender la magnitud de esto. —Estaré bien. A Misael no le convendría que no saliese de esa casa. O eso espero — comento. —De querer tranquilizarme, no lo has hecho. Recuerda que tienes a tu mujer embarazada, no arriesgues más de lo que puedes — me aconseja. —Sí, sí — digo saliendo del auto — Si no salgo en una hora, preocúpate. Doy esa última advertencia a Sergio para escuchar otra queja preocupada
Narrado por Leah BrownSi alguien me preguntase cuál fue el momento más feliz de mi vida, diría que también fue el más doloroso de esta. Casarme con Misael Khan. ¿Cómo la alegría puede encerrar tanta desgracia a escondidas? En ello era experta mi familia, los envidiados y elogiados Brown. Yo nunca fui una niña feliz, ni una joven feliz, tampoco fui una mujer feliz. Era de esperarme que no lograría ser ni una esposa feliz, ni una madre feliz.Durante mi juventud rehuí de la presencia de mi madre Leonor y me refugié en las alas protectoras de mi padre Robert. La verdad era que odiaba a mi madre, la llegué a odiar tanto porque le resentía y quería castigarla por todas esas noches llamando a su puerta sin una respuesta, por todos esos estúpidos actos escolares a los que no podía asistir por su maldito alcoholismo, por la soledad que me hizo vivir.En ese entonces estaba cegada por el exceso de afecto que mi padre me ofrecía. Para él yo sí era importante, él si tenía tiempo para mí, yo era
Camino apresurada por el bosque con el desespero en la garganta y la mayor tensión posible en la mano que sostiene esta linterna. Los rayos del sol se han ido apagando y la noche se está apoderando de nosotros. Así era, tras horas de búsqueda a Leah, todavía no dábamos con ella.Nadie sabía de su paradero o a dónde podía haber ido. Nadie la había visto salir de la mansión, a nadie le había insinuado que saldría, además todos los autos en el estacionamiento estaban completos, incluyendo los suyos. Tampoco las cámaras de seguridad habían captado que algún taxi la hubiese esperado en la entrada o había registro de que alguno hubiese accedido a la propiedad. De lo único que había registro era de cómo Leah con sus propios pies había entrado en el bosque.—¡Leah! ¡Leah! — continuo en mi búsqueda por mi suegra.Al fondo escucho otras voces llamándola. También escucho que llaman mi nombre.—No te alejes de nosotros Lucía. ¡Vuelve!Pero no hacía caso a quien fuese me estuviese llamando, y es q
Último capítulo