Un ángel para el CEO
Un ángel para el CEO
Por: Paola Yu
Capítulo 1: Muerte y vida

Las risas estruendosas y el aroma a café colman nuestra estación de enfermería. Es una noche tranquila en el hospital, tranquila como ninguna otra de lo que va de año. Dicha descripción, es más un elogio que una especie de queja, ya que los últimos meses este centro médico ha rebasado sus capacidades, y sin importar cuántas guardias tomé el personal, no es suficiente.

Los cotilleos de mis compañeras sirven para distraerme del dolor de espalda que cargaba por estrés laboral. También a distraer mi mente de las aguas turbulentas en las que sentía me ahogaba noche a noche sin que nadie reparase en mis gritos pidiendo auxilio.

—Sacó el anillo y me propuso matrimonio en la boda de su hermana — dice Roberta ante nuestras expresiones asombradas — ¿Pudo ser más egocéntrico y egoísta? Mal novio y mal hermano.

—Conociendo a mi ex, sí. Pero la vara es el infierno — ríe encantada con el chisme Teresa — ¿Qué le respondiste?

—Tuve que aceptar por la presión social. Después destruí su corazón y ego — más risas del resto — ¿Cuál ha sido tu peor rompimiento Lucía?

La pregunta dirigida a mi persona sirve para transportarme a un momento desagradable y vergonzoso. Uno que había ocurrido hace poco, y que me convertiría en el hazmerreír de mi trabajo. Fui una ingenua, fui una estúpida al creer en sus palabras de amor. Yo no era digna de amor, ni de respeto según él.

Doy un sorbo a mi taza para distraerme de las miradas curiosas en mí.

—No tengo historias interesantes que contar como ustedes… — respondo decaída.

La mayoría me recibe con un gesto de compresión. Ese de empatía al saber que tiene que seguir doliéndome la última ruptura para ni poder hablar de ella sin llorar.

—Lucía, Teresa, a la cuarta planta de neumología. Paciente masculino, 80 años, descompensación de enfermedad pulmonar obstructiva crónica. A la espera de Romero — nos indica Jason entregándome su historia clínica.

Teresa y yo vamos a la ubicación dada para encontrarnos a un hombre de aspecto muy frágil reposando en la cama. La angustia es peor para la que asumo con facilidad es su esposa, una mujer tomándolo fuerte de su mano, tal cual como si hubiésemos venido a separarla de su marido. Sus piernas y labios tiemblan incesantes. Dándome la sensación absoluta de que, en esta habitación en lugar de un paciente, tendríamos a dos de ellos. Mi compañera y yo nos ponemos en acción. Ella se encarga de tomar las constantes vitales del hombre, yo de acercarme a la mujer.

—¿Qué le harán a mi esposo? ¿Él estará bien? — cuestiona con sus ojos asustados en mí — No me separarán de él.

—Nadie la va a separar de su esposo, estamos para atenderle señora Julia. Mi compañera lo está chequeando mientras el especialista viene en camino — trato de calmarla mirándole directamente.

Su ceño se alivia con el contacto visual que le doy.

—La última crisis creímos sería la última. Su doctor dijo que sería la última con su nuevo tratamiento … — ella no puede evitar que las lágrimas se desplacen por su rostro.

Esas que intenta limpiar desconsoladamente. Sobo su espalda con mi mano.

—Debes pensar que no sé hacer más que llorar… así de vieja y llorando…

—Está bien llorar. Estoy aquí para ti — la consuelo — ¿No tienen más familiares cerca? Contar con el apoyo de un hijo o nieto sería lo más propicio.

—Nuestros hijos viven en otra ciudad — responde con voz temblorosa.

—¿Cuántos tienen? ¿Cuáles son sus nombres?

—Martin y José. Tienen los nombres de sus abuelos — habla ella comenzando a distraerse.

—¿Por qué viven en ciudades diferentes? Con una madre así de encantadora … es un desperdicio — lucho por calmarla con una sonrisa.

La anciana me corresponde en una sonrisa decaída.

—Lo dices porque no me has visto molesta — bromea ella provocando que su cuerpo se vaya soltando.

Ello unido a la calma con la que Teresa trata con el señor, la tensión en el ambiente se va disipando. Hasta que entra Romero, el especialista. Este camina petulante y distante como él solo lo es. Pide información a Teresa sobre el paciente. Ella la da. No suena bien.

—El avance de su condición es inevitable — dice el doctor dirigiéndose a Teresa, después a mí — Remitiremos a cuidados paliativos al paciente. Lucia encárgate de…

Mi atención se divide en dos. Entre escuchar las instrucciones de Romero, y entre el desconcierto de Julia. El doctor no ha mirado al rostro a ninguno de los dos ancianos, es como si no estuviesen aquí.

—Doctor… ¿Qué son cuidados palia… palia qué? — pregunta alarmada la señora.

—Es la unidad encargada de quienes no responden a los tratamientos. Los enfermos terminales como su esposo — explica este con una frialdad insólita para seguido irse.

La calma que había logrado dar a Julia se desmorona en un instante. Está gimiendo en voz alta y aferrándose a mis brazos, rogándome que haga algo por su esposo. No puedo hacer nada por él, y lamentablemente por ella, lo único que puedo hacer es escuchar su llanto, intentar consolarle y comunicarme con sus hijos.

…..

Después de horas de lágrimas amargas de ese par de ancianos, tenía una certeza rotunda. La muerte era inevitable, pero la maldad humana, sí. En ella pienso al regresar a mi estación por más café antes de entregar esta guardia de 12 horas.

—¿Te pagan por ser consejera sentimental? ¿Qué hiciste tanto tiempo en esa habitación? — regaña inclemente Romero.

Mis ganas de gritarle lo insensible y frío que es son gigantes. Si no fuese por su falta de tacto, bien pudimos darle esta noticia al matrimonio de una mejor forma. Aun así, necesito tranquilizarme, él me tenía en sus manos. Por jerarquía laboral y por…

—La tensión de la señora se disparó, si no actuaba tendríamos un doble ingreso en esa habitación — termino respondiendo agotada.

—Deja de inmiscuirte sentimentalmente con los pacientes. No es tu trabajo — vuelve a regañarme.

Asiento evitando una pelea con este, y dejando la taza a un lado. Arreglo mi propia papelería para irme de aquí.

—¿Quién te vendrá a buscar? Puedo llevarte… — su cambio de tono a uno más dócil provoca una sonrisa de mofa en mi cabeza. Una que no exteriorizo.

—Puedo irme sola. No necesito compañía doctor — digo enfocada en el puesto.

—¿Continuas molesta conmigo? ¿Hasta cuándo lo harás? Madura Lucía…

Mis manos quedan congeladas y mis ojos luchan por no llenarse de lágrimas. Aquí estaba la respuesta a cuál fue mi peor rompimiento. Lo fue con el doctor Samuel Romero, el mismo hombre que me cortejó por meses desde su llegada a este hospital, y que cuando obtuvo lo que quiso, me enteré de la realidad.

La horrible realidad de que era casado.

Me había enamorado y acostado con un hombre que me mintió sobre su estado civil. Fue desgarrador enterarme de la verdad al leer un mensaje de su celular en aquel hotel. Cómo lo esperaba en casa su esposa junto con el hijo pequeño que tenían en común. Su posterior descaro fue más humillante. Pretendía que continuase siendo su amante, conociendo a la perfección las promesas de amor y estabilidad que me dio.

Juró que me amaba, juró que formalizaríamos lo nuestro, juró que podríamos irnos a vivir juntos pronto. Caí en su trampa como la estúpida mendigante de amor que soy.

Emprendo la huida en lugar de enfrentarle, era lo que hacía, huir de quienes me hacían daño. Tal vez merecía ese daño después de todo.

…..

La noche está fría y todas las calles que debía caminar para llegar a la estación de bus, después de tomar el metro, contribuirían a que me congelase como lo estaba haciendo. El hospital donde trabajaba quedaba casi al otro extremo de la ciudad de dónde vivía. El motivo no era muy original, había decidido mudarme lo más lejos posible de mi madre. O a quién me gusta llamar, mi enemiga favorita.

Tenía una relación complicada con mi progenitora, una en la que no quería pensar a estas temperaturas y con un guardia de 12 horas encima. Apresuro mi paso por la acera vacía por la avanzada hora de la madrugada.

Pero más que el frío siento como mi vida pasa a través de mis ojos. Una ráfaga de viento violenta va desde mi espalda a mi frente, el ruido es fuerte, la sensación espantosa. Un auto deportivo ha pasado ridículamente cerca de mi lado, y lo que veo a continuación no es mejor.

El auto corre tan descontrolado que termina chocando contra la fachada de una tienda. El vidrio de la vitrina se destroza y la calle se llena de pedazos de cristal. El golpe es tal que doy un brinco del susto que experimento y de la preocupación propia de ser la única testigo de la escena.

—¡Dios mío! — exclamó y miro a los lados angustiada.

Estoy sola en la calle. Ni autos o personas son visibles. Decido correr hasta la escena. Se ve mal, muy mal. Sacó mi celular para llamar al 911 mientras analizo lo que está pasando.

—¡Hubo un choque contra una vitrina en la calle 2 con Panamá!

—¿El conductor está lastimado? ¿Hay más pasajeros? ¿Cuál es su estado? — escucho del otro lado de la línea.

Exploro con cuidado en lo que queda de auto y compruebo que solo hay un hombre al volante. Este está inconsciente con la cabeza cubierta de sangre, y miles de trozos de cristal alrededor de su cuerpo, en su cabello dorado. El parabrisas había dejado de existir, tal cual el vidrio de la ventana.

—Un hombre, está inconsciente y con una hemorragia… — quedó anonadada al pisar sangre.

Hay sangre corriendo desde la parte baja de la puerta. Tanta que mis zapatillas blancas están pisándola en un charco que aumenta de tamaño.

—¿De dónde viene la sangre? — interrogo para mí misma.

—¿Cómo dice?

—¡Manden una ambulancia! — pido exaltada.

¡Se estaba muriendo! ¡Este hombre se estaba muriendo!

.....

Queridas lectoras. ¿Cuánto ha pasado? He vuelto con esta nueva historia, la continuación de La Esposa Fugitiva, que espero puedan apoyar añadiendo a sus bibliotecas y comentando en la sección general, también por acá. Miles de abrazos.

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