Yo moriré, pero tú tendrás el mismo fin

—¡Eres mía! —gritó James presa de la ira—. No agradeces nada de lo que hice por ti, pero ahora verás de lo que soy capaz y comprenderás lo bueno que he sido contigo.

Su cuñado abrió las argollas que la mantenían sujeta a la cama y la obligó a levantarse.

Su vientre se había endurecido hasta el punto de resultar doloroso.

«Ahora no, pequeñas, por favor, no es el momento», rogó en su pensamiento.

Todavía no había roto su fuente, pero Kathleen sabía que no iba a tardar mucho.

—No puedo, por favor, déjame —le pidió entre lágrimas porque el dolor que tenía en la espalda y las contracciones que estaba sufriendo no le permitían ponerse de pie.

—¡Qué te muevas te acabo de decir! Voy a darte tu regalo y lo verás en directo, tu castigo será dejar de estar tan cómoda. Te llevaré al lugar donde se encuentra Shirley para que veas lo que te espera si no te comportas.

La agarró del cabello y comenzó a tirar de ella.

Con un grito de dolor se levantó de la cama.

No sabía cuánto tiempo llevaba así, en
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