El padre de Irina volvió a marcar el número nuevo de su hija, pero este siguió apagado. Ya tenía dos semanas sin saber de ella. Rogó para su interior de que estuviera bien, sana y salva.
—Señor, tiene visitas. —anunció la señora del servicio, el hombre arrugó su ceño, intrigado de quién podría ser.
— ¿Quién es?—preguntó.
—Es el señor Müller. —se tensó al escuchar quién era.
—Que pase, y que nadie nos moleste.
—Sí, señor. —la mujer se retiró dejándolo a solas en su despacho. Momentos después, la puerta se abrió, pero quien apareció, fue Max.
—Max, qué sorpresa verte, —se aclaró la garganta, y se repuso, —Lamento no haber llamado antes para saber acerca de tu salud, he estado muy liado con asuntos de la empresa y de…
—Irina. —terminó Max la oración.
—Sí, de ella. —se tensó, se imaginó que su visita era para presionar acerca del paradero de Irina, pero él ahora sí no sabía. — ¿Quieres tomar asiento? ¿Algo de tomar?—Max negó.
— ¿Dónde tienes a tu hija escondida? ¿Crees que se puede escapa