Recordó el primer día, en la terraza del Hotel Esmeralda, bajo el sol abrasador del verano. Un empleado del hotel, había derramado una jarra de agua fría sobre Paul, el novio de su hermana Cassandra. Un accidente, había dicho el mesero, mientras entregaba toallas limpias a Enrique con un “Jefe, aquí tiene”. Leonela no lo había entendido entonces, pero ahora la palabra “jefe” reverberaba en su memoria. Cassandra, riendo, había empujado a Leonela a la piscina del hotel, un juego cruel disfrazado de diversión fraternal. Y Enrique, sin dudarlo, se había lanzado al agua para rescatarla, sus manos fuertes rodeándola. Sus ojos, entonces, también habían brillado con esa misma mezcla de dulzura y determinación.
Recordó otra noche, cuando el mismo empleado, con un carrito de servicio a la habitación, había golpeado la puerta del penthouse. “Servicio para el señor Enrique Esmeralda”, había dicho, y Leonela, enredada en su furia por descubrir a Enrique encamado con Samara, no había prestado atenci