Cuando estaciona frente a su casa, Marina no logra esconder la frustración. Nunca, en toda su vida, había pasado tanta vergüenza. Al salir de la habitación del hotel, Sávio pasó minutos discutiendo con el gerente, insistiendo en un reembolso y, como si no bastara, explicó el motivo con detalles innecesarios, como si ella no estuviera allí, a su lado, escuchando todo. Con cada palabra de Sávio, la incomodidad de ella aumentaba. Además de sentirse humillada, tuvo que soportar las miradas de desprecio del gerente y de los empleados del hotel.
El camino de regreso a casa fue recorrido en un silencio opresivo. Mientras ella luchaba contra la vergüenza que parecía crecer dentro de sí, Sávio demostraba estar claramente frustrado y no le dirigió ni una sola palabra.
Al llegar a la puerta de casa, se quita los zapatos, sujetándolos en las manos para no hacer ruido y despertar a sus padres. Camina por el pasillo con el corazón y la mente inquietos, pero es interrumpida por la voz de su madre.
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