Eran casi las cuatro de la tarde. Teo y Hannah estaban en la oficina privada que Nerea tenía en casa, un espacio que parecía sacado de una película de espionaje. El aire olía a componentes nuevos y a café recién hecho. En el escritorio semicircular frente al cual estaba sentada Nerea, tres computadoras emitían un leve zumbido constante. Aunque Hannah no entendía mucho de tecnología, podía apostar que cada una costaba una fortuna y eran de última generación.
En la pared del fondo, dos pantallas enormes esperaban apagadas, como si solo necesitaran una orden para desplegar información clasificada.
—¿Segura de que nadie podrá rastrearlo hasta ti? —preguntó Hannah, incapaz de ocultar la tensión en su voz.
Le preocupaba que algo saliera mal y que, por ayudarla, Nerea terminara metida en problemas. Si tenía que elegir entre que Duncan pagara por lo que había hecho o la seguridad de su la prima de Teo, ni siquiera necesitaba pensarlo. Su elección siempre sería Nerea.
Teo apretó suavemente su