Hannah cruzó el vestíbulo del edificio y se dirigió al mostrador de madera. Se acomodó los lentes de sol en lo alto de la cabeza y dedicó una sonrisa al portero, un joven que no debía tener más de veinticinco años.
—Buenos días —saludó.
El joven abrió los ojos de par en par y balbuceó un par de veces. Hannah supo al instante que la había reconocido. Había pasado un año desde su última aparición en pantalla, pero muchos aún la recordaban; incluso después del escándalo, todavía quedaban quienes la admiraban.
El portero se aclaró la garganta antes de hablar.
—Lo siento por eso... buenos días. Es usted Hannah Brooks, ¿verdad? —preguntó con una mezcla de sorpresa y entusiasmo.
—Así es —respondió, leyendo el gafete del joven—. Un gusto, Oliver.
—Oh, no, el placer es todo mío. Soy un gran admirador de su trabajo. Estuvo magnífica en Vive, muere.
—Un verdadero fan ¿entonces? Las críticas estuvieron divididas cuando se estrenó.
—Es de esas películas que uno no entiende del todo la primera ve