Teo colgó la llamada con Nerea y dejó el teléfono a un lado, sin apartar la vista de Hannah. Ella, que hasta hacía unos minutos había estado sentada en el borde de la cama, ahora caminaba de un lado a otro. Parecía una bomba a punto de estallar. Tenía las manos apretadas a los costados y la mandíbula tensa.
—Deberías volver a sentarte, cara —dijo él con calma.
Ella no pareció escucharlo. Seguía hablando sola, murmurando palabras que él no alcanzaba a entender.
—¿Cómo no pensé en ella? —preguntó, esta vez más alto—. Era más que evidente que estaba detrás de todo este maldito circo. Me odia, ni siquiera sé por qué. —Se detuvo de golpe, una idea destellando en su mente—. ¡Claro! Por eso no ha mandado las fotos a la prensa —soltó una mezcla entre risa y bufido—. No le conviene que la película fracase; si eso pasa, ella también se verá perjudicada. Pero no iba a desaprovechar la oportunidad para arruinarme la vida y qué mejor forma de hacerlo que teniéndome al borde de la ansiedad. Maldita