Hannah intentó levantarse, pero la mano de Teo se deslizó por su abdomen y la atrajo de nuevo a su lado.
—¿A dónde vas tan temprano? —murmuró con la voz ronca por el sueño—. ¿No se supone que hoy no te toca filmar?
—Sí, pero ya son más de las ocho.
—¿Y qué tiene? —susurró él, dándole un beso perezoso en la mejilla—. Podemos quedarnos en cama todo el día.
El estómago de Teo hizo un ruido tan pronto como terminó de hablar.
Hannah soltó una carcajada.
—Parece que tu cuerpo no está de acuerdo contigo —se burló—. Me sorprende que sigas en cama; normalmente eres tú quien se despierta primero y me obliga a hacerlo también.
—Nunca te he escuchado quejarte —replicó él con una sonrisa ladeada—. A menos que cuentes los gemidos como quejas… En ese caso, sí, podría decir que te he escuchado. Bien alto. Y, si las casas de al lado estuvieran más cerca, quizá nuestros vecinos también lo habrían hecho.
—Eres un descarado sin remedio —dijo riendo.
El sonido de su celular apagó su diversión. Provení