Teo aparcó el auto y apagó el motor antes de girar la cabeza.
—Hannah —la llamó en un susurro, pero no obtuvo respuesta.
Ella se había quedado dormida poco después de contarle todo. No le sorprendía; después de abrirse así y vaciar lo que llevaba dentro, debía de estar agotada.
Su respiración era pausada, y algunos mechones de cabello caían sobre su rostro, ocultándolo parcialmente. El rastro de las lágrimas había desaparecido de sus mejillas; ella se las había limpiado en cuanto dejó de llorar, pero Teo juraría que aún podía verlas marcando su precioso rostro.
La rabia le bullía todavía en las venas cada vez que recordaba la historia que le había contado. No tenía nombre para lo que sentía; era una mezcla de ira, repugnancia y un instinto primario de protección que le exigía tomar venganza en su nombre. Ninguna mujer merecía pasar por lo que ella había pasado. Pero había bastardos como Duncan o Roberts allá afuera, hombres que usaban su posición de poder para abusar de personas ind