Hannah entró en la cocina y fue recibida por un bullicio cálido y familiar. El aroma del café recién hecho se mezclaba con el de la fruta recién picada y pan fresco. Era diferente al absoluto silencio que solía haber en su casa, pero se había acostumbrado al cambio con sorprendente facilidad.
Una sonrisa se dibujó en sus labios al ver a Teo moverse de un lado a otro, como un niño inquieto, intentando robar los panqueques que su madre colocaba en un plato. Isabella le dio una palmada ligera en la mano justo cuando él estaba a punto de atrapar uno.
—Solo uno más —suplicó él, mirando a su madre con la expresión más tierna que Hannah había visto.
Sacudió la cabeza, divertida. Le resultaba casi imposible conciliar la imagen de ese hombre con la del galán que aparecía en los tabloides, siempre del brazo de la mujer de turno.
—Eso dijiste la última vez —replicó Isabella con una sonrisa contenida—. Hannah también tiene derecho a comer, pero no quedará nada si sigues a ese ritmo… y ni siquiera