Colton levantó su celular al escucharlo sonar e hizo una mueca al ver el nombre de Alice en el identificador de llamadas. Era la tercera vez que ella intentaba comunicarse desde que le había escrito y empezaba a darse cuenta de que no pensaba dejar de insistir. No es que le sorprendiera. Alice rara vez se daba por vencida hasta conseguir lo que quería.
Dejó a un lado la práctica que estaba revisando y respondió en altavoz.
—Colton —dijo ella, con un entusiasmo que no tardó en transformarse en reproche—. Hasta que contestas. ¿Por qué me has estado ignorando?
—No lo estaba haciendo —mintió—. Estoy ocupado.
—Siempre tienes tiempo para mí.
Casi pudo verla poniendo ojos de cachorro, el labio inferior sobresaliendo ligeramente. Durante años, ese gesto había sido suficiente para hacerlo ceder a lo que fuera con tal de contentarla.
—Lo siento —respondió, sin lamentarlo en realidad—. ¿Qué necesitas?
—¿Hablas en serio? Te escribí hace más de dos días y ni siquiera me respondiste. Creí que esta