Mariana
La llamada suena y suena, haciendo eco en todo el apartamento como si me aplastara el pecho. No sé cuántos segundos pasan, pero finalmente la pantalla se apaga y la habitación vuelve a quedar en silencio.
No contesto, no puedo y no quiero.
Lo pongo en modo silencio, lo dejo boca abajo en la mesa y respiro hondo, tratando de mantenerme entera. Pero ya estoy rota. Y lo peor es que él ni lo sabe.
Al día siguiente amanezco con los ojos hinchados y un dolor de cabeza que parece que me parte en dos. No voy al club. Ni pienso ir. Me quedo en la cama, mirando el techo, abrazando la almohada como una niña. No tengo fuerzas ni para llorar.
Franco escribe, llama, escribe otra vez, y yo ignoro todo. Lo bloqueo, luego lo desbloqueo, pero igual no respondo. Me convenzo de que lo mejor es alejarme. Que ya sabía que esto iba a terminar mal. Que nunca debí mezclar mis sentimientos con un hombre que vive en un mundo que no es el mío. Pero aun repitiéndomelo mil veces… duele.
Pasan dos días. Lue