Mariana
La foto me cae como un balde de agua fría. Franco… besando a otra mujer en la entrada del club. Ella, altísima, flaquita, con un vestido rojo pegado que parece pintado en la piel. Él tiene la mano en su cintura, y ambos están demasiado cerca. Demasiado.
Siento que me arrancan algo del pecho. Me quedo clavada mirando la pantalla mientras las lágrimas me nublan la vista.
Isa vuelve a escribir:
Isa:
Te dije que no eres la única.
Trago en seco. Me limpio las lágrimas con la parte de atrás de la mano, pero siguen cayendo, no sé si por rabia, por celos, o por decepción. Quizá por todo.
—No puede ser… —susurro, sin voz.
¿Esto era lo que Franco “protegía”? ¿Venir a besarme y luego ir directamente al club a enredarse con otra? Qué estúpida soy. Qué ingenua. Claro que un hombre como él no se quedaría con una chica inmigrante que trabaja en una cafetería. Yo solo era… bueno, lo que siempre pensé: un contrato, un baile, un rato.
La mano me tiembla tanto que casi se me cae el teléfono. Me