Mariana:
Me remuevo incómoda en el asiento y de vez en cuando persivo la mirada indiscreta de Ricardo. No pretendo hablar y espero que él no lo intente tampoco.
—Estaré aquí por unas semanas —rompe el silencio echando mis planes al retrete.
—¿Sí? —cuestiono y asiente—, ¿Qué te trae aquí?
—Trabajo. Quisiera hacer negocios por acá —contesta. Sé de un pequeño proyecto que tiene de ventas de motores para... No recuerdo.
—Que bueno —digo, deseando llegar a mi departamento—, dobla a la derecha—. Le indico mirando la ubicación que indica mi celular.
—¿Cómo te va en el Club?
«Todo iba de maravilla, me gusta mi jefe y hoy lo he pillado con su asistente». Pienso y frunzo los labios.
—Muy bien.
—Me alegro mucho. Mira, ¿Es ahí? —pregunta con la vista puesta en el edificio donde vivo.
—Aquí es —digo y comienzo a recoger mi bolso para bajarme del auto—. Gracias por traerme.
—No tienes que agradecerme, prima.
—¿Hace cuánto estás aquí? —inquiero antes de abrir la puerta del auto.
—Llevo tres días,