Gala
La cena había terminado peor de lo que había imaginado.
Después de ese momento con mi padre y Héctor, luego de esas frases que me cayeron como cadenas, lo único que quise fue cumplir con lo que había prometido: escapar para ver a Guille, aunque fuera unos minutos.
Había guardado en silencio esa esperanza. Quería volver a sus brazos... olvidarme del mundo.
Esperé a que los pasillos quedaran vacíos, a que los guardias de la entrada cambiaran de turno, y me escabullí por el corredor hacia la salida lateral. Pero no llegué lejos.
—¿A dónde crees que vas? —la voz de Héctor me heló la sangre.
Me detuvo de un tirón, sujetándome del brazo con una fuerza brutal. Intenté soltarme, pero fue inútil. Sus ojos tenían ese brillo enfermo que ya conocía, el que anunciaba que disfrutaba cada vez que me quebraba.
—Déjame, Héctor. —Mi voz salió rota, más súplica que orden.
Él rió.
—¿De verdad pensaste que no te vigilaría? ¿Que podrías escaparte para correr a los brazos de tu boxeadorcito? —me susu