6. Las mentiras siempre acaban saliendo a la luz

—El problema para no aceptar mi propuesta es el miedo que tiene a qué todo el mundo se entere de que le soy infiel — le preguntó tomando un nuevo sorbo a la copa de vino que el maitre había llenado de nuevo antes de marcharse.

— Ya imagino los titulares y la prensa rosa ¿Cómo imaginaba esa chica que podría hacer feliz a un hombre como Evan Anderson? A saber con qué extraña estrategia consiguió que se fijara en ella, no está a su altura, no gracias, tengo suficiente con vivir eso a pequeña escala como para que termine siendo de dominio público.

—Y si en nuestro contrato se estipula que ninguno de los dos puede ser visto o relacionado con nadie más durante esos tres años, ¿Aceptaría? Debo admitir que he sido descuidado en ese aspecto últimamente. — aunque no le gustaba lo que diría, no encontraba la manera de hacer que esa chica accediera, por lo que tenía que no ser solo encantador, sino persuasivo — ¿No es un buen trato? Mientras seamos discretos usted y yo. Los de la prensa amarillista y rosa no tienen por qué enterarse, además ellos amaran nuestra historia de amor.

Ella lo observaba dubitativa, odiaba planteárselo. No quería hacerlo, no debía, pero él se lo pintaba tan bien, tan fácil y solo serían tres años.

— No lo veo claro, las mentiras siempre acaban saliendo a la luz… y yo no podría estar con nadie más, por mucho que no sea algo real, para mí el matrimonio tiene un significado, estamos hablando de entregarle tres años de mi vida a algo irreal.

Ella negó y se levantó de la mesa, se estaba agobiando, y aquel hombre tenía un increíble magnetismo que parecía acabar con todo el aire cercano.

— Discúlpeme un momento, voy al baño — y tras decir aquello camino hasta el baño para reflexionar unos minutos a solas y mojarse la cara.

Odiaba que las cosas no fueran como él deseaba. Evan Andersen era del tipo de persona que si decía que el cielo era negro debía ser negro para todos, no importaba si los demás lo veían de un color diferente, se encargaría de hacer que todos lo vieran del mismo color que él deseaba.

No importaba lo que le costará, haría lo posible por qué así fuera, porque así de grande era su voluntad y su tesón y porque no decir las cosas como son, su testarudez. Por eso le estaba costando entender por qué ella se negaba tanto a ver las cosas como él, las veía.

Al encontrarse solo en la mesa, no paraba de buscar encontrarle fallas a lo que le había propuesto, no, la única falla era la dicha por la Lia, el matrimonio no iba a ser real.

Pero eso no era tan importante como la recompensa que obtendría, no es como si en tres años no pudiera ella buscar tranquilamente eso que deseaba y que él no podía darle. Golpeaba la mesa con sus dedos, impaciente por qué ella volviera, ¿y si de pronto ella se había escapado?

Ella no podía, Evan ya no pudo más y se levantó caminando hacia donde ella debería de encontrarse.

Lia se refrescó un poco el cuello y la nuca se quedó con ganas de mojarse la cara, pero si lo hacía se le estropearía el maquillaje y era una pena porque ella jamás se había sabido maquillar tan bien.

— Yo no puedo ponerme en el punto de mira de la gente, no voy a estar a la altura de las circunstancias — dijo para sí misma intentando recobrar el valor para volver allí, rechazar la propuesta de aquel hombre y marcharse del todo.

El área de los sanitarios del restaurante estaba vacío, parecía desierto, estaba a punto de retirarse cuando decidió entrar en el baño, encontrándose con la joven en los lavamanos y quién se volteaba justo en ese momento, chocando con él.

—Dime, ¿por qué te importa tanto el amor?— le preguntó Evan atrapándola entre él y el lavamanos tras ella — No basta con que te diga que no te he elegido solo por elegir, sino porque también me atraes. Eres inteligente, diferente y por supuesto guapa, Lía Taylor, aunque no lo creas.

No mentía, la joven tal vez no era el ideal de belleza habitual, o una de las despampanantes modelos con las que acostumbraba a salir y, tal vez era precisamente por eso, no estaba seguro de que era, pero había algo en ella que lo atraía, y no solo por lo que obtendría de ella aceptar su trato.

— Yo — el corazón de Lia se agitó tanto que por un momento temió que pudiera salirse de su pecho al sentirlo tan cerca — Me dejó muy claro que no soy una chica en la que usted se fijaría, así que no trate de tomarme el pelo o seducirme para que acepte su trato. No va a funcionar.

No podía dejar de mirar los labios de Evan cuando levantó la vista se encontró con sus ojos, había visto muchos ojos azules, pero esos eran tan jodidamente magnéticos que podían hacer que se le olvidara cualquier cosa que fuera a decir y precisamente por eso era peligroso para ella hacer un trato así con ese hombre.

Evan no dio un paso atrás a pesar de que le molestó la forma que Lia le devolvió las palabras que le había dicho con anterioridad. No solo era inteligente, y guapa también tenía muy buena memoria, debía recordarse ser muy cuidadoso a partir de ahora al momento de decir las cosas.

— Si yo me llegara a enamorar de usted… estaría pérdida porque lo seguiría viendo como un negocio con un plazo de finalización. No puedo arriesgarme a algo así, no otra vez.— sin saber de dónde encontró el valor para poner las manos sobre el pecho de Evan y apartarlo de su cuerpo — creo que no tenemos mucho más que hablar, busque a otra chica para eso.

Pidió intentando escabullirse y llegar hasta la puerta.

—No, no puede haber otra chica. No se da cuenta de que tal vez dije esas palabras para no ponerme en evidencia.

Freno su huida, volviendo a acorralarla entre él y la puerta, pegándose un poco más a ella para que no pudieras escabullirse de nuevo, evitando de esa manera que pudiera escapar por esta.

La joven, sin darse cuenta, había hecho que su instinto de cazador se activará, fijando la diana en ella, como su presa. No pararía hasta que aceptará sus términos.

Además, que esos labios, en forma de corazón, se le antojaban, sobre todo al imaginar que sus labios eran pedazos de fresas, su fruta favorita.

Evan no pudo evitar, sus impulsos y reclamar los labios de Lía Taylor en un beso por demás salvaje y posesivo.

Supo que estaba perdida en cuanto un intenso calor la recorrió por completo al sentir esos labios sobre los de ella, ni siquiera pudo evitarlo, pero lo cierto era, que tampoco quería. Correspondió como pudo ese beso, ya que aquel hombre había tomado todo el control haciendo que su poca voluntad se desvaneciera.

Llevó los brazos tras el cuello del hombre y se pegó más a él hasta aquel ese beso terminó y recobró parte de su cordura.

— Usted no puede…— murmuró muy bajito contra su boca — yo no… yo tengo que pensar yo… debe dejarme marchar.

Evan se encontró sintiendo la respiración acelerada, por un momento hasta se sintió nervioso que ella lo rechazara, cosas que ni había ocurrido, todo lo contrario se había amoldado a sus brazos o sus brazos a su cuerpo.

Se alejó levemente al escuchar su petición, más por él que por ella, necesitaba recomponerse. Ella no podía afectar a su persona de esa manera.

—Lo haré solo si aceptas ir conmigo a la fiesta que se llevará a cabo en la compañía, ahí aceptaré lo que decidas. ¿Estás de acuerdo Lía?

¿La fiesta de la empresa? Ahí solo iban socios, directivos, clientes importantes y altos cargos, pero en ese instante necesitaba con todas sus fuerzas apartarse de ese hombre.

— Está bien, lo acompañaré a la fiesta — él seguía demasiado cerca, tanto que podía notar el calor de su aliento cada vez que hablaba sobre sus labios invitándola, tentándola — pero por favor déjeme ir.

Pidió deslizando las manos por sus hombros para intentar apartarlo.

—Lo haré— murmuró accediendo a su petición, más no se apartó, volvió a besarla, como si no pudiera evitarlo y tal vez eso ocurrió.

Se apartó tras un par de minutos que ambos sintieron que sus pulmones ardían por la falta de oxígeno entre ellos.

El CEO Anderson colocó su frente sobre la ella haciendo que casi se le parara el corazón por un instante, un breve momento antes de apartarse por completo y devolverle el latido, aun así no era un latido común, era algo mucho más peligroso.

—No lo olvide, Lía lo ha prometido. Ahora me iré. La estaré esperando en la mesa para acompañarla o, en su defecto, hacer que mi chófer la lleve a su casa lo que usted prefiera.

Lia solo asintió, no dijo nada, tampoco era capaz de hacerlo, solo salió de allí huyendo como si pudiera escapar de lo que ese hombre había despertado en ella.

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