Capítulo 114
Las manos de Marco se cerraron en puños con una fuerza tal que los nudillos se le pusieron blancos. Dio la vuelta al escritorio y se plantó frente a Carlos. Respiró hondo, intentando contener la furia que le recorría el cuerpo como una corriente eléctrica.
—¿Son ideas mías —dijo con voz baja y peligrosa— o estás sugiriendo que mi hijo es tuyo?
Carlos lo miró con una media sonrisa, como si creyera que aún tenía el control de la conversación.
—Cuñado, estoy arriesgando bastante al decirte esto. Solo… no quiero que te vean la cara de idiota.
Esa frase fue la chispa que encendió la mecha. Si a Marco le quedaba alguna duda sobre lo que Carlos estaba insinuando, acababa de desaparecer. Una rabia helada, primitiva, se apoderó de él. La simple idea de imaginar a Carlos cerca de Nara, de imaginarlo tocando su piel, sus labios, su cuerpo… lo cegó. Sin pensarlo dos veces, lo tomó por el cuello de su camisa de diseñador y lo lanzó contra el suelo. El golpe resonó en toda la oficina,