Al entrar en la sala, los pesados pasos de las botas militares de José resonaban en el suelo de mármol. En el exterior, el viento despejó muy furioso las nubes y dio paso a una gran luna creciente que arrojaba una luz plateada a través de las ventanas y alargaba ferozmente la sombra del hombre.
Justo cuando puso un pie en la antigua escalera, escuchó un ligero ruido procedente del segundo piso. De inmediato, retiró el pie y se quedó inmóvil, como si estuviera esperando a alguien en la segunda planta.
Y así fue. Segundos más tarde, la figura de Nadia apareció en ese momento en su campo de visión. Tenía los párpados completamente caídos, la mirada vacía y un conejo de peluche en las manos. Bajó muy lento las escaleras y pasó al lado de José sin reconocerlo, como si no se hubiera percatado en absoluto de su presencia.
Nadia atravesó la puerta y se aventuró en la noche sin rumbo aparente. El viento ondeaba su largo y hermoso cabello. José la siguió pacientemente hasta un pequeño almacén.
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