Nadia en ese momento ladeó la cabeza, sin atreverse a hablar. José ya le había puesto la plata encima de las piernas.
—Este es tu pago, te lo ganaste muy bien. No me gusta deberle nada a nadie.
—Está bien, lo tomaré, pero no me vayas a pegar.
Nadia se guardó en su bolsa, temblorosa y con torpeza los billetes . Una voz resonaba una y otra vez dolorosamente en su cabeza: «ya que amas tanto comer cualquier cosa, acábate rápido este plato de comida rancia. Si no te lo comes, te encerraré acá y haré que te comportes como un miserable perro. Obedece o haré que te golpeen muy fuerte hasta que aprendas la lección». Lo que Nadia había enterrado en lo más profundo de su mente, de pronto resurgió y le provocó un intenso dolor de cabeza, por lo que estuvo todo el tiempo en el auto sin pronunciar una sola palabra. José notó el cambio tan drástico y el repentino silencio que se hizo en el ambiente, lo cual le hizo perder por completo el interés.
—Detén el auto.
Cuando el vehículo se paró, José sacó