Carlos marchó por los oscuros corredores de la finca Moretti, sus zapatos golpeando el suelo pulido con un ritmo cortante y constante. Su rostro estaba tallado en piedra, pero su mente bullía con urgencia, fragmentos de la llamada de Vivian repitiéndose una y otra vez. Un sacerdote. Un nombre. Jennifer. Secretos demasiado peligrosos para el aire libre.
Llegó al estudio de Vincent, esa gran puerta de roble alzándose como la entrada a alguna antigua catedral. Golpeó con los nudillos una vez, luego la empujó para abrirla.
Dentro, Vincent estaba de pie junto a la ventana, bañado por la luz menguante de la tarde. Su silueta era afilada, de hombros anchos pero cargados, con las manos entrelazadas a la espalda. Miraba los extensos jardines de la finca como si buscara algo más allá del horizonte. El parecido con Sebastián era inquietante, y por un instante fugaz, el corazón de Carlos se retorció con culpa y tristeza. Había visto a un Moretti quemar su vida. Temía estar viendo a otro caminar h