La mañana siguiente comenzó con el aire cargado de tensión.
Katrine entró sigilosamente a la habitación que ocupaba Sofie, en donde la encontró sentada al borde de la cama, con los ojos llenos de lágrimas y el ceño fruncido.
—¿Por qué lo permites, Kat? —inquirió Sofie, de pronto, rompiendo el silencio. Su voz era suave, aunque la intensidad de su mirada reflejaba el dolor que sentía por su amiga.
De inmediato, Katrine se tensó, a pesar de que intentó mantener la calma.
—No sé qué quieres decir, Sofie —repuso Katrine, cruzándose de brazos y apartando la mirada. Pero claro que sabía…
Sofie la miró fijamente, ladeando la cabeza.
—Vamos, Katrine. Sabía que Ole te trataba de lo peor, que era infiel, pero… lo de anoche se pasa de castaño oscuro —replicó, negando con la cabeza, incrédula—. Vi lo que hizo, Kat, cómo te quitó el móvil y te empujó. Quise ayudarte, pero… temí que si intercedía fuera peor para ti. Lo siento.
Katrine sonrió con amargura y se sentó junto a Sofie.
—No tienes que sen