DEREK
Cuando terminamos de orar, comenzamos a comer. Al probar la comida, me sorprendió gratamente lo deliciosa que estaba. Observé de reojo a Milena, quien parecía disfrutar ver a los niños comer. En un momento, acarició la cabecita de mi hijo con ternura, pero él, de inmediato, movió la cabeza para evitarlo. Aun así, ella no se molestó, simplemente sonrió con paciencia.
A pesar de que era su primer día, tenía la sensación de que Milena sería una buena niñera. No podía dar un juicio definitivo aún, pero me aliviaba pensar que alguien como ella cuidaría de mis hijos. Por ahora no estaría en apuro, en busca de una niñera.
Cuando terminamos de comer, Milena comenzó a recoger los platos, pero me acerqué a ella y le dije:
—Déjame ayudarte.
—No se preocupe, yo lo haré —respondió con amabilidad.
—Los domingos suelo encargarme de estos quehaceres, así que insisto.
—¿Está seguro?
—Muy seguro. No te preocupes. Ve a descansar.
—Me da mucha pena contigo…
—No tengas pena —reí
—Está bien, gracias