Lis, ya cansada de toda la tensión, se levantó de donde estaba, sintiendo un nudo en la garganta y el peso de las palabras de Beatriz. Estaba completamente agotada de esa batalla entre los dos. Ya había sufrido demasiado como para verse obligada a tomar otra decisión. Lo que más deseaba, por encima de todo, era encontrar paz. Los miró a ambos, y su voz salió cargada de emoción, pero con firmeza.
—¡Por el amor de Dios, ¿pueden parar los dos? ¡Esto ya se está volviendo insoportable! La que tiene que decidir qué se hará con mi vida soy yo, ¡y no ustedes dos! —Lis miró a Beatriz y luego a Samuel, con los ojos llenos de un dolor que no podía ocultar—. Espero que ninguno de los dos intente hablar por mí, porque no lo voy a aceptar. Viví siendo influenciada por otros durante tanto tiempo, y por eso viví este dolor inmenso. ¡No voy a permitir que nadie más decida por mí!
Hizo una pausa, sintiendo las miradas de ambos sobre ella.
—Y otra cosa, Samuel… ¡No sabía que tenías dos nombres, para emp