—¡No, por favor, no te vayas! Tenía tantas ganas de verte, y hemos hablado tan poco. Las horas han pasado volando. Los chicos están ahí conversando, y ahora que los niños se han dormido, Liz, no me hagas esto, ¿vale? Aún no me has contado todos los detalles.
—¡Vaya, Lu! No sé qué más quieres que te cuente. Ya te he contado la mayoría de las cosas que pasaron. Hasta los detalles sórdidos no te los cuento, sabes que me muero de vergüenza. Te conté todo, no hay más que contar. De la casa también te hablé, cada detalle que tiene, así que no queda nada más.
—Mira, te lo digo, ¡eh! Solo no voy a tu casa ahora mismo porque los niños están dormidos. No los dejaré solos aquí. Pero tengo unas ganas de ir contigo... No sabes cuánto te extrañé en casa. Solo de pensar que no dormirás en esa habitación todos los días, que no bajarás las escaleras corriendo por la mañana para tomar tu desayuno antes de ir al consultorio... Eso me produce un dolor en el pecho que no te imaginas. ¡Ay, cómo quisiera te