Eliza
—Chica—susurró Sira—. Estás viviendo un cuento de hadas.
—¿Crees que yo lo creo la mayoría de las veces? —Pregunté, sonriendo—. Me despierto y reviso si hay una cámara oculta.
Estaban emocionadas, y para ser honesta, yo también lo estaba. Verlas felices por mí hizo que algo cálido se asentara en mi pecho. Por una vez, no era la burla de un chiste cruel. Yo era la mujer por la que la gente se alegraba.
—Bueno, ahora que has vuelto, el almuerzo de hoy es innegociable —asintió Alicia—. Lo celebraremos como se debe.
—Sí, definitivamente tenemos que celebrar —concordó Sira—. Las bebidas corren por mi cuenta.
Sonreí, dejándome llevar por su entusiasmo. Quizá, solo quizá, estaba encontrando mi lugar otra vez.
Debí haber sabido que el almuerzo con Alicia y Sira no iba a ser pacífico. En cuanto mencioné que Luciano y yo teníamos una fiesta esa misma noche, se lanzaron sobre mí como si les acabara de decir que me iría a la luna.
—¿Una fiesta? —Chilló Sira, casi dejando caer su bebida—. Esp