Punto de vista de Serena
Cuando entré, noté que ese lugar era serio.
El aire estaba cargado con el olor a metal y pulido, como en un taller en medio de la ciudad. A lo largo de las paredes había enormes fotos de joyas increíbles, piezas que parecían valer millones de dólares.
Sentía los nervios por el cuerpo. Pero sinceramente, prefería eso al vacío que había estado cargando esos días.
Al menos allí tenía algo en lo que concentrarme, algo que hacía que mi pulso se acelerara de manera razonable.
Adelante, vi el escritorio negro y elegante donde una mujer estaba registrando a las personas. Su joyería era sutil, pero claramente cara.
—¿Nombre? —me preguntó, sin levantar la vista de su computadora.
—Serena Nixon —le respondí.
Ella escribió mi nombre en la computadora. El suave clic de las teclas hizo que mi corazón se acelerara.
Tras un momento, levantó la vista y asintió con la cabeza.
—Estudio 3, segundo piso. Solo sigue las señalizaciones.
—Gracias —le dije, girándome hacia el ascensor