Dos días después, los padres de Audrey firmaban un documento que los hacía propietarios otra vez de su amada casa.
— Pero no te entiendo papá, ¿Cómo es eso posible? — La rubia preguntó con el alma en vilo mientras le temblaba la mano con el móvil.
— Mi niña, yo tampoco lo entiendo, solo sé que el abogado del nuevo propietario nos contactó y nos dijo que él había decidido devolvernos la propiedad — trató de explicar.
— Pero no es lógico, papá, ¡Nadie regala una casa así de la nada! — Soltó impresionada — Aquí hay gato encerrado, no me gusta, no estoy tranquila con esto.
— Lo sé hija, pero tengo en mis manos el documento en este momento, no sabría qué más decirte más de lo que ya sé.
— Debe haber alguna trampa, no confío en eso — Ella dijo con suspicacia.
— No la hay, ya pregunté a los abogados del registro, la propiedad es nuestra legalmente otra vez, si la intención es otra, no tiene nada que ver con la casa — él dijo sin hallar la "trampa".
Audrey se llevó la mano a la cabeza.
— Sol