Mientras en la casa de Mauricio el le daba un beso en el cuello y Rosie pensó que tenía razón; era mucho más cómodo y, desde luego, mucho más interesante. Pero no estaba dispuesta a admitirlo. No quería darle a entender que solo tenía que silbar para que cayera rendida a sus pies.
— Bueno, basta por hoy. Vamos a dar ese paseo…
— Está bien vamos a dar un paseo.
El sol se estaba poniendo cuando salieron de la casa y siguieron caminando por las caminería del jardín. Poco después, Ella señaló un grupo de pajaritos blancos que levantaban el vuelo.
— Te voy a dar algo.
— Que será.
Entonces el saco una cajita con un anillo.
— Es tuyo.
— Bonito detalle… ¿Qué es?.
— Quería darte una sorpresa. Se suponía que tenías que ver la caja cerrada y preguntar por su
contenido.
Él le pasó los brazos alrededor de la cintura y le dio un beso.
— Te lo agradezco de todas formas, bellezza. Que me digas si te ha gustado el regalo.
— Pues te diré que es hermoso lo que me has regalado.
— Eso está hecho, preciosa