Claudia se miraba en el espejo del baño del bar, los ojos enrojecidos, las mejillas húmedas y el maquillaje corrido. Se pasó ambas manos por el rostro con rabia.
—Nadie… —susurró apretando los dientes—. Nadie más volverá a humillarme.
Pensó en Demian. Él jamás la habría utilizado de esa manera. Sí, le falló en muchas cosas, pero nunca la trató como un objeto, como una sombra sin valor. En cambio, Rolando… él sí la había pisoteado.
—¡Maldito! —golpeó el lavamanos con fuerza, temblando.
Se secó las lágrimas con violencia. Lo había dado todo por él: su nombre, su reputación, su orgullo. Y a cambio, ¿qué recibió? Mentiras, desprecio… y ser la mujer que todos señalaban como la amante descartada.
Eso se acabó.
Mientras tanto, a las afueras del bar, Sofía subía a su auto con una sonrisa en los labios. Marcó rápidamente en su celular.
—¿Mamá?
—¿Qué pasó?
—La semilla ya está sembrada. Claudia se está desmoronando.
Elizabeth suspiró con alivio.
—Bien hecho, hija. Con que una de sus piezas caiga