El sol empezaba a ocultarse cuando bajaron al estacionamiento subterráneo del edificio Thompson. Las luces automáticas se encendieron al paso de Demian y Mariam. El eco de sus pasos parecía más fuerte en medio del silencio.
—Podrías haberlo golpeado —susurró Mariam, todavía molesta—. No lo hiciste por Sofía, ¿verdad?
Demian no respondió. Su cuerpo, tenso como una cuerda a punto de romperse, seguía caminando hacia el auto. Pero entonces se detuvo en seco.
—¿Qué…? —murmuró ella, pero él levantó una mano, pidiéndole silencio.
Sus ojos estaban fijos al otro lado del estacionamiento. Entre los autos oscuros, junto a un elegante convertible negro, estaban Claudia y Rolando.
Ella reía, con esa sonrisa que alguna vez lo había hecho soñar. Llevaba un vestido rojo ajustado que resaltaba su figura, el cabello recogido, maquillaje perfecto. Tan hermosa… tan igual a antes. Pero sus ojos, esos ojos, ya no lo buscaban a él.
Lo besó. Sin pudor. Sin miedo.
Demian se quedó paralizado.
Un beso lento. Pr