Hacía algo de frío. Mariam iba con el pequeño en el coche, saliendo por el portón de la mansión. Iban a una cita médica de rutina. El conductor detuvo el auto de golpe, lo que asustó a Mariam.
—¿Qué sucede? —preguntó alarmada.
—Mi señora, hay algo en la entrada... y es mejor que no salga —dijo el chofer, mirando hacia el frente con el rostro pálido.
Gabriel, que iba en el asiento delantero, se tensó.
—Llamaré a la policía —agregó el chofer, con evidente nerviosismo.
Mariam no esperó más. Bajó del auto rápidamente, sin comprender qué ocurría. Avanzó con cautela, paso a paso, hasta que sus ojos captaron la escena frente a ella. Se llevó ambas manos al rostro. Vomitó sin poder evitarlo.
Allí, en medio del camino de entrada, yacía el cuerpo de Claudia. Prácticamente decapitada.
Sus manos temblaron. Su estómago se revolvió. Gabriel se acercó al ver que ella no reaccionaba y, al ver el cadáver, soltó una maldición ahogada.
—Carajo... está muerta...
—No dejes que Liam salga del auto —ordenó