—¿No es cierto? ¿Todo lo que se dice es una mentira? ¿Es falso que esa maldita mujer espera un hijo tuyo? —lo enfrento, aunque su silencio me da todas las respuestas—. ¡Respóndeme! ¡Querías hablar, así que habla!
—Primero déjame explicarte —replica, tragando con dificultad.
—¿Ese niño es tuyo o no? —exijo, sin importarme lo que tenga que decir.
Su mirada se fija en la mía por lo que parece una eternidad, y solo después de un largo silencio se atreve finalmente a hablar.
—Sí, es mío —responde, y esas tres simples palabras se sienten como una daga directa al pecho.
—Bien, puedes irte —digo, tratando de no mostrarme afectada.
—Juliette, por favor, déjame...
—¡Dije que te vayas! —le grito.
—Cariño.
—¡No me vuelvas a llamar así, maldito bastardo! —escupo, sin poder contener las lágrimas—. ¡No tienes idea de cuánto me has herido, me das asco!
—Tienes que saber que nunca quise engañarte, Juliette. ¡Por favor! Soy un maldito cínico, sí, es verdad que la dejé embarazada, pero no fue algo consc