Después de casi una hora sentada en el sofá de la sala, escucho la puerta de mi departamento abrirse, y al instante sé que es Chloé, porque en cuestión de segundos aparece al final del pasillo caminando hacia mí.
—Cariño, perdón por llegar tan tarde, el tráfico estaba horrible —dice acercándose a mí—. ¿Cómo te sientes?
Me da un abrazo tan sincero que me hace brotar las lágrimas, y no puedo responderle.
—Juliette, ¿qué te pasó? —me pregunta con preocupación.
—Nada, es solo que... Gérard y yo terminamos, y también renuncié a mi trabajo, me siento fatal...
—Para —me interrumpe, frunciendo el ceño—. Necesito que vayas más despacio, porque no entiendo cómo dejaste de hablarme casi dos días, y ahora me dices que renunciaste. ¿Es que...? ¿Por qué? ¿Cómo reaccionó él?
—Ayer pasó algo horrible —digo, recordando el trato que recibí—. Ni siquiera quiero recordarlo.
—Si no quieres hablar de eso, no te presionaré.
—Quiero contártelo, necesito desahogarme porque guardarme todo esto me está haciendo