El sol de la mañana bañaba las hectáreas de viñedos de la familia Carson, haciendo brillar las uvas bajo un manto dorado que ocultaba la podredumbre de sus dueños.
En la terraza principal de la mansión, junto a una piscina de borde infinito, Ethan Carson descansaba en una tumbona. Llevaba gafas de sol de diseñador y sostenía un vaso de whisky caro, a pesar de que apenas eran las diez de la mañana.
Un hombre vestido de traje, sudando bajo el sol implacable, se acercó con paso vacilante.
—Señor Ethan... —empezó el hombre, con la voz temblorosa.
Ethan no se quitó las gafas. Solo giró levemente la cabeza.
—Dime que traes buenas noticias. Dime que esa pequeña molestia ha dejado de respirar.
El hombre tragó saliva.
—Hubo... complicaciones, señor. El equipo que enviamos a la playa falló. El objetivo no estaba solo. El hombre con el que estaba...
—¡Excusas! —bramó Ethan.
Se levantó de golpe, la furia estallando en sus venas. Con un movimiento violento, lanzó el vaso de cristal contra el suelo