Comí la barbacoa. Estaba deliciosa.
El sabor de la costilla con la salsa barbecue era de otro mundo. Era un sabor ahumado, dulce y profundo que se derretía en la boca. Había olvidado el sabor de la comida de mi hogar, era especial. Sabía a hogar.
Damián notó mi expresión al saborear cada bocado. Y sonrió.
Al principio, no había notado que me estaba observando. Estaba demasiado concentrada en el plato. Hasta que alcé la mirada, sintiendo una mirada fija sobre mí.
Lo miré. Y, por supuesto, tenía un pedazo de carne todavía en mi boca que aún no masticaba.
Él me sonrió, una sonrisa amplia, divertida. Le parecía gracioso.
Me sentí avergonzada al instante. Se supone que debía actuar como la novia delicada y elegante, pero ahora estaba actuando como un animal hambriento. Esto no tenía nada de delicado.
Pero para mi sorpresa, no me regañó, ni vi que se ponía incómodo.
Al contrario. Sonrió, y antes de que pudiera reaccionar, llevó su pulgar a la comisura de mi labio.
Sentí el roce de su piel,