Parte II: DON PINGUINO

Finalmente, el guardia cedió y me dejó entrar, con la condición de salir en media hora. Y, si yo lo quería, me podía quedar en triaje, acompañándola.

El ambulatorio tenía un aroma entre cloro y alcohol, se mezclaba con ese silencio hospitalario que se instala en las paredes como humedad. Caminé con pasos afanosos al área de observación, siguiendo los letreros algo descoloridos y esquivando al personal que cruzaba con papeles, bandejas o rostros tensos.

El vigilante me seguía, convirtiéndose en una sombra amable que tejía excusas por mí. Se inventó una historia: “yo venía del extranjero para ver a mi esposa enferma y al bebé que ella llevaba”. A pesar de decirlo con teatralidad improvisada, la historia no era del todo mentira.

De no ser por la angustia, habría reí

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